Geografía de los balcones en tiempos de crisis Covid-19
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Geografía de los balcones en tiempos de crisis Covid-19

Ayer acabé de leer el magnifico libro «Lugares sin mapa», un viaje alucinante a sitios ignotos, de Alastair Bonnet. Tal y como comenté en mis redes sociales, me ha encantado. Es otra forma de ver la geografía desde un punto de vista totalmente distinto y disruptivo: islas emergentes, nuevos países, ruinas desasosegantes, calles trampa, lugares utópicos, ciudades de la basura, zonas ocultas de Google Street View, campamentos abandonados, estatuas construidas con desechos… y otros lugares que parecen inventados. Este libro me ha abierto la mente (y el corazón) y me ha hecho ver que la geografía es aún más maravillosa de lo que creía, eso sí, buscando siempre otra forma de ver el mundo.

La geografía en tiempos de crisis

Vivimos tiempos convulsos (frase hecha y no por ello menos real) a nivel mundial y la geografía se está mostrando y demostrando como una herramienta esencial en la lucha contra el Coronavirus (Covid19), con permiso de las ciencias de salud, naturalmente. Tal y como dicen en MundoGeo  «Geografía es la clave para luchar contra el brote del COVID-19».

Todo el mundo se ha volcado a hacer cosas y aportar soluciones, se ha visto como, los mapas, son herramientas esenciales tanto a la hora de analizar la situación a escala espacial, como a la hora de divulgar (o geocomunicar que diría mi amigo Jorge, Orbemapa), para que toda la población entienda la escala del problema (o la no escala, ya que va desde lo individual y lo local hasta lo global sin fronteras).

Fuente: Coronavirus Resource Center. Johns Hopkins University of Medicine.

El hecho de estar en casa, aunque tengamos que trabajar online, sí que da para más momentos de reflexión y este post es fruto de uno de esos momentos. Cada vez estoy más convencido de que la geografía es subjetiva y, para comunicarla, hay que intentar agrupar dichas subjetividades como un intento de objetivizarla, aunque sea en realidad una sombra de la realidad, porque cada uno la ve de una forma. El territorio es distinto para cada persona y, por tanto, el mapa por el que se guía se interpreta y se vive de forma diferente. Un mapa es una representación de la realidad, pero sólo con la mirada de cada uno y su interpretación se convierte en realidad. Para entonces ya es subjetivo, deja de ser un mapa que representa el espacio, para ser el mapa con el que interpretamos y vivimos nuestro espacio.

La importancia de la reflexión

Pensando en cómo puedo ayudar en esta terrible situación, más allá de iniciativas en las que quiero colaborar, tengo este blog, este espacio de libertad, mi balcón donde lanzar ideas a la calle de Internet. Una de esas cosas que puedo aportar, humildemente, creo que es la de la reflexión, no porque yo tenga nada especial que aportar ni sea más o menos importante o relevante, sino porque estoy convencido de que toda reflexión es importante y que, aunque sólo le sirva a una persona, para mi es suficiente. Además, estoy convencido de que los aportes individuales serán siempre superiores a la mera suma de éstos, pudiendo crear otras ideas cruzadas o transversales entre profesionales y disciplinas que sean relevantes, innovadoras y, en su caso, disruptivas. Nunca hay que subestimar el poder de las ideas y su capacidad de transformación cuando son compartidas.

Por otra parte, hace unas semanas tuve el placer y el privilegio de conocer al catedrático de la Universidad Carlos III de Madrid Antonio Rodríguez de las Heras y, tanto sus reflexiones sobre la sociedad digital y el sentido del espacio en el Pais Retina, como su charla final del TEDxUPValència, me han impactado profundamente a la hora de hacer pública mis reflexiones sin buscar ningún pragmatismo o utilitarismo en las mismas.

Geografía de los balcones

Geografía de los balcones, el título puede sonar burlesco, oportunista o, sencillamente, irrelevante, pero nada más lejos de mi intención. Estamos asistiendo a un movimiento fascinante con este confinamiento y más para un geógrafo como yo: por una parte, la movilidad casi desaparece y, por tanto, parte del sentido del espacio que nos caracteriza. Por otra parte, los índices de contaminación se reducen drásticamente y los destinos turísticos saturados se vacían. Pero también la economía se para, el mercado de trabajo entra en un ERTE (Expediente de Regulación Temporal de Empleo) global, la gobernanza, la planificación estratégica y operativa adquieren una importancia capital.

Somos seres sociales, eso es una de las cosas que nos caracteriza como seres humanos. Tradicionalmente el hogar, la casa de cada uno, es un espacio privado, al cerrar la puerta de casa se entra en un ámbito que nos pertenece como individuos y/o familia. Es nuestro reducto para sentir algo de libertad, paradójicamente nos creemos libres (del estado, de la moral, de la mirada de los demás…) encerrados en casa. Pero aparecen dos circunstancias nuevas en esta crisis, una amplificada y otra nueva, ambas relacionadas con lo que yo denomino la geografía de los balcones (que aglutina terrazas y ventanas):

Los balcones digitales

Es la realidad amplificada y tiene que ver con lo digital. El ciberespacio cobra más importancia que nunca, gracias a Internet estamos comunicados, podemos seguir trabajando desde casa, hablar y ver a nuestros seres queridos, pedir comida a domicilio, salir de casa sin movernos de ella y con ello impactamos menos en el medio ambiente, nuestra huella de carbono se transforma en una huella digital, somos más sostenibles.

Dicen que en japonés crisis significa peligro y oportunidad, en este caso desde luego es una oportunidad para que se produzca una verdadera transformación digital en todas las esferas de la sociedad, aunque, personalmente, el precio me parece demasiado alto, prefiero seguir como antes más lentamente, pero con la gente que estaba viva hace unos meses.

Otra circunstancia es que, de repente, a través de estos balcones digitales se han empezado a asomar artistas de todo tipo que regalan su arte a través de Instagram, por ejemplo, de forma gratuita y solidaria para entretener y, sobre todo, hacernos sentir. Lo digital se configura como lo que siempre ha sido, un balcón a las calles de Internet, en el que cada uno se convierte en un nodo que recibe información y genera información, de forma consciente, compartida, o inconsciente, en forma de datos.

También los balcones digitales se relacionan de forma distinta con la privacidad: cerramos con llave la puerta de casa, pero abrimos Internet para mostrar nuestras casas, nuestra intimidad al mundo. Controlamos lo que contamos conscientemente a nuestro vecino, pero hablamos sin tapujos a gente desconocida.

Además, esta crisis también cambiará nuestra forma de gestionar los datos bajo una pregunta muy relevante: ¿hasta qué punto somos capaces de compartir nuestros datos de salud y movimientos para que sirvan para mejorar la situación? A priori, todo el mundo diría que sí, pero, ¿aceptaríamos en Europa una aplicación móvil como en China que ha controlado a la población y ha estigmatizado a los enfermos en aras del bien común?. De entrada, legalmente sería muy complicada con la reglamentación que tenemos y, éticamente, sería muy discutible. Quizás por eso no se ha hecho en la vieja Europa, entre que se regula y se piensa el tiempo pasa.

Los balcones físicos

Como las cosas más maravillosas de la vida nadie sabe cómo empezó, quién fue al que se le ocurrió, pero lo bueno es que eso hace que nos pertenezca a todos, que sea una obra colectiva. A las 22h (posteriormente se hace a las 20h para que los niños puedan asistir), todos los días, la gente sale a sus balcones a aplaudir a los sanitarios, repartidores, cuidadores y todas las personas que están haciendo lo imposible para combatir a la pandemia. Si alguien ha salido y no se le ha puesto la carne de gallina tiene un serio problema de empatía y humanismo. Es una respuesta increíble a la que se han ido sucediendo otras: juegos colectivos entre balcones como el bingo, deporte colectivo, juegos como el veo veo, conciertos de ópera que ponen los pelos de punta, DJs, etc.

De repente, un espacio privado, individual y casi inviolable se convierte en un espacio público en el momento en el que se cruza el umbral del balcón y se relaciona con los vecinos, con la finca, con la calle, con el barrio y, por ende, con el pueblo o ciudad, con la región y así hasta la escala global. En ese momento, todos somos uno y saludamos a los vecinos de enfrente, conocemos a los de al lado, escuchamos música, respiramos, sonreímos a los niños, suspiramos por los mayores y, ahí, tan altos, ya no soñamos con volar, sino con caminar.

Y claro, yo como geógrafo me pregunto, ¿podemos hablar de una geografía de los balcones?. Porque cada balcón se corresponde con una unidad de personas, pero también de producción digital y de consumo físico. Cada acto que se realiza en el balcón es una manifestación económica, artística o social.

Se nos ha pedido que no salgamos de casa, que no nos movamos, que no nos toquemos, pero, al mismo tiempo, salimos digitalmente a través de la fibra óptica, nos movemos por las autopistas de la información y, sin tocarnos, nos mostramos amor y respeto. Analizar y reflexionar sobre esto es hacerlo sobre una geografía pública desde lo privado, es pensar en nuevas formas de relación en el espacio en un no espacio y en un espacio virtual, es una evolución fascinante de la ciencia geográfica a través de algo tan sencillo como los balcones.

¿Para qué sirve ahora la geografía?

¿Para qué me sirve un mapa ahora mismo si no me puedo mover?, se preguntarán muchos. Pues, de entrada, para encontrar nuestro lugar en el mundo a través de nuestro balcón, para relacionarnos con nuestro entorno más cercano, para ser solidarios con los que tenemos más cerca físicamente, aunque lejos a nivel de accesibilidad.

¿Para qué sirve la geografía en un mundo paralizado? Para lo mismo que hace miles de años, para estudiar la relación entre los seres humanos y el Planeta Tierra porque, aunque sea desde el campo limitado de nuestro balcón, podemos ver construcciones humanas, relaciones económicas, urbanismo, entornos rurales, actividades comerciales efímeras, personas de distintas edades, sexo y condición, podemos sentir los árboles de nuestra calle, oír los pájaros y ver a gatos y perros deambular. Ya sé que no es la geografía que se estudia de las grandes naciones, los grandes héroes y los paisajes increíbles…o si, porque ¿hay algo más grande que sonreir a tus vecinos, aplaudir a los héroes de bata blanca y disfrutar del micropaisaje que tenemos delante de nosotros y del que formamos parte?

Cuando se estudian los riesgos naturales, se dice que los que más impactan a nivel colectivo son los que tienen una recurrencia menor, pero mayor impacto (terremotos, volcanes, tsunamis, etc). Este no es riesgo natural, sino antrópico, fruto de la avaricia y la soberbia humana, pero se puede analizar de la misma forma: va a tener un impacto tremendo en nuestra forma de vivir, pero es algo limitado en el tiempo y, esperemos, no recurrente.

La geografía nos enseña que la escala geológica es mucho mayor que la humana, somos un mero accidente en la línea del tiempo, somos capaces de crear una guerra biológica (de forma consciente o inconscientemente, no sé qué es peor), pero también de transformar el mundo sin salir de casa, conectados a Internet, la red neuronal de Gaia y, asomados al balcón, conformar nuevos lugares sin mapa, pero con alma.

Geografía de los balcones en tiempos de crisis Covid-19
«Desde mi ventana». Fuente: Juan Boronat (@lasblogenpunto), básicamente un gran amigo
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