¿Existe un destino turístico común?
Desde hace tiempo se viene debatiendo en la red y en las políticas públicas la necesidad de generar un destino turístico atractivo. Realmente no podemos encontrar una definición de destino estandar, como siempre depende del profesional se fijará en una cosa: el economista en la generación de valor económico, el abogado en la defensa jurídica de los turistas y residentes, el sociólogo en el comportamiento de las masas, el psicólogo en la necesidad de generar emociones en el turista, el biólogo en la protección de la biodiversidad, el periodista en comunicar, el arqueólogo en la protección del patrimonio, el filólogo en el uso de las lenguas, el geógrafo en la unión de todos ellos y un largo etcétera.
Por tanto el concepto de destino se acerca más a una visión subjetiva que a una objetiva tal y como defiende mi amigo Juan Sobejano. Esto me recuerda a cuando estudiaba el concepto de paisaje y leía que un paisaje en sí es tan subjetivo como lo que ve y siente quien lo observa y por tanto no existe como tal y no puede homogeneizarse. Todo esto no es nada nuevo, ya en los años setenta hubo una corriente en la geografía humanista que desarrolló con fuerza el concepto de subjetivismo o behaviorismo (Psicología Conductista) y desarrollo la elaboración de mapas mentales, indicando cómo cada individuo veía su entorno de forma distinta según sus vivencia y por tanto la cartografía “oficial” era, cuanto menos, incompleta. Pero no podemos manejarnos con elementos puramente subjetivos e individualistas y para ello debemos encontrar elementos comunes entre nosotros que nos permitan objetivizar estos hechos. En mi opinión es aquí donde reside la clave del desarrollo de un destino, en saber identificar esos elementos comunes y para ello se deberían desarrollar elementos de participación ciudadana que en la actualidad se parecen más a las reuniones de propietarios de una finca. Pero es que encima el problema viene de nuevo cuando esos elementos comunes chocan frontalmente con los problemas de escala administrativa y política, ya que se generan distintas visiones e intereses entre Unión Europea, estado, comunidades autónomas, provincias, mancomunidades, comarcas, municipios y aldeas o urbanizaciones. Así podemos ver la multiplicidad de acciones para un mismo tema como son los carteles de bienvenida al turista, muchas veces repetidos a la entrada de los pueblos en un ejercicio de ineficiencia económica y gasto sin precedentes.
En mi modesta opinión el destino turístico, desde el lado de la oferta, no existe, sino que existen políticas públicas a diversas escalas e intereses particulares en torno a un concepto etéreo y manido. A eso sumamos la cantidad de profesionales que especulan con este concepto vendiendo grandes proyectos estratégicos o enormes plataformas subvencionadas de los cuales no se comprueba su retorno, no existe un control de ese gasto público. Así pues, el escenario actual es ese, hemos pasado de invertir en cientos de señales para indicar lo mismo a invertir en cientos de portales para enseñar lo mismo y mientras tanto, el turista se limita a disfrutar de sus experiencias sobre una montaña, vislumbrando un hermoso atardecer en el horizonte, sin pensar si quiera un momento si está pisando una frontera administrativa o si esa visión pertenece a un destino u otro, ya que en ese momento sólo le pertenece a él mismo.
El gran reto es mirarnos a nosotros mismos, tener una gran capacidad autocrítica y reconocer que algo falla y que el destino turístico es algo más que una marca, es un destino en si mismo, es una estrategia de desarrollo colectivo de un territorio, y que si queremos generar un destino turístico común antes hemos de tener un sueño en común, un horizonte como el que observa nuestro turista.
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