El turista feliz (sin móvil)
Hace unas semanas tuve la oportunidad de viajar a Santiago de Compostela un par de días de descanso. Cuando uno trabaja en turismo es complicado intentar desconectar porque de hecho uno realiza la propia actividad turística y se fija en todo, deformación profesional supongo. En esta ocasión pretendía que fuera un fin de semana muy especial, sobre todo porque iba acompañado y quería centrarme en la persona que llevaba a mi lado y darle toda mi atención, compartir un viaje como forma de comunicación y de intercambio de experiencias vitales. Así pues tomamos la determinación de empezar por la hiperconexión que teníamos con los dispositivos móviles como principal herramienta de “supuesta” adicción social. Cogimos un móvil antiguo, tan sólo para poder realizar o recibir llamadas importantes y, en mi caso, le dí ese número a las personas que realmente pudieran necesitar hablar conmigo: mis padres, la madre de mis hijos y mis compañeras de trabajo (apenas siete personas). Yo me llevé el Iphone por si acaso, aunque creo que mi inconsciente quería probar si realmente podría prescindir de él. Antes de subir al avión lo desconecté y se lo dí a mi pareja para que lo guardara. Una vez en el hotel lo metió en la caja fuerte entre bromas quizás más serias de lo que pudiera parecer. A partir de ahí lo que sucedió fue la tan buscada experiencia del turista.
Dos días apasionantes disfrutando de esa maravillosa ciudad, de su gastronomía y sobre todo de la compañía. La única vez que utilizamos el móvil fue para llamar a nuestros hijos y un par de veces bromeamos con él, incluso me llegué a hacer una foto con unos jóvenes que jugaban por la noche a hacerse fotos con el suyo. Eso sí, en todo momento pudimos hacer referencia a los móviles estableciendo paralelismos con la vida unopuntocero pero siempre con una sonrisa y bromeando sobre nosotros mismos, que es la mejor forma de reirse, hacerlo de uno mismo: así hicimos ckeckins imposibles con nuestra presencia en bares ancestrales, compartimos fotos de platos tradicionales hechas a golpe de párpado y subidas al Instagram de nuestra mente, grabamos videos al modo Youtube con las pupilas del fuego de una queimada, escuchamos el Spotify aleatorio de los bares nocturnos, mandamos tweets al aire cuando preguntábamos a los nativos, nos decíamos dms en la cercanía sobre los rincones que esconde la ciudad, de vez en cuando recordábamos lo acaecido horas antes en el muro de un Facebook donde sólo éramos dos amigos pulsando un Me Gusta, hacíamos un repaso de la jornada describiendo en un post lo hermoso de nuestros paseos, escuchábamos los podcast de nuestras conversaciones una y otra vez, grabábamos en nuestra mente las coordenadas de las calles haciendo nuestro propio mapa mental de la ciudad y los marcadores eran los edificios que nos abrazaban con sus muros de piedra vestidos de musgo verde.
Conseguí no tocar el móvil no sólo hasta que descendí del avión sino una vez llegué a casa y, tranquilamente me puse al día. Decenas de correos electrónicos, menciones en Facebook, Tweets, alguna llamada al móvil, algún sms despistado…nada urgente, nada cuestión de vida o muerte, en un par de horas estaba todo organizado y vuelta a la normalidad.
Quizás esta reflexión parezca una tontería pero bajo mi punto de vista confirma que no estaba enganchado al móvil ni a las redes sociales y que no me hicieron falta para disfrutar como un turista feliz. Ahora surge la paradoja de que yo defiendo estas herramientas para mejorar la experiencia del turista y no es que me arrepienta. Sigo adorando las nuevas tecnologías y defiendo que son una herramienta increíble. Pero como toda herramienta lo importante es saber utilizarla en cada momento y para cada ocasión. Y en esta ocasión quise que fuera especial, que estos dos días se guardaran en el disco duro que guardo en mi interior, ese que tiene una partición entre el cerebro, donde guardo los recuerdos racionales y el corazón, donde están los emocionales. Sigo trabajando con el móvil, 1.000 minutos al mes según mi operadora de telefonía, pero es mi herramienta de trabajo y de comunicación, nada más, a lo que realmente estoy enganchado es a la vida y ese fin de semana no lo olvidaré porque las herramientas que utilicé fueron las palabras, los olores, el tacto, los sonidos y los sueños, convertidos ya en recuerdos que de vez en cuando recupero en mi Escritorio presente, cierro los ojos y vuelvo allí, a ese lugar donde fui un turista feliz.
¡Genial, Gersón!
Sencillamente genial.
Un fuerte abrazo 🙂